Los forajidos de la palabra by Miguel Ángel Diéguez

autor:Miguel Ángel Diéguez [Miguel Ángel Diéguez]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788485735501
editor: Queimada Ediciones
publicado: 2016-06-29T00:00:00+00:00

8 La peste negra

Permanecíamos sepultados en un cuchitril tipo sala estar clase acomodada, a la espera de concretar nuestra próxima situación. Bien, guapos lectores, pues el asunto era que nos habíamos citado con Oscar en aquel reservado de club-moderno, dedicado a la confabulación y la intriga por parte de la mejor sociedad.

Tras unos minutos en blanco llamaron a la puerta.

Oscar entró acompañado de dos lamentables especímenes del género humano. El más grueso, de labios abultados y nariz atacada de pertinaz moquillo parecía ser el jefe. El otro, fornido y respetuoso, prefería mantenerse entre bastidores.

-Permítanme que les presente -dijo Oscar enfático-. Aquí Lord Thomas, jefe del departamento de asuntos especiales, y el ilustrísimo señor don Luis de Tibiés, secretario ejecutivo de lord Thomas.

Nos quedamos de una pieza por la pompa de la presentación y la categoría de los pájaros. Los caballeros se habían adelantado a dar la mano a los hombres y besársela a las damas, y todo había quedado tan distinguido que la sonrisa meliflua se nos quedó prendida largo tiempo.

-Siéntense, por favor, siéntense -rogó Fidelius.

Don Luis de Tibiés tomó un asiento de semipenumbra mientras su jefe ocupó un lugar predominante.

-Pues ustedes dirán, señores -dijo Fidelius, y Leonor soltó cierta risita indiscreta.

-Bien -empezó Oscar tratando de ajustarse a su papel de hombre-contacto-, según os indiqué hace unos días una importante personalidad deseaba entrevistarse con vosotros.

-Sí, estamos al tanto -indicó Tristán-. Nos gustaría saber, lord Thomas, en nombre de quién actúa.

-He sido delegado, de modo estrictamente confidencial, por parte de la máxima instancia del país, para que les lance a ustedes una sugerencia.

-¿Una sugerencia? -se extrañó Fidelius.

-Perdonen, señores -rogó lord Thomas-. Antes tengo que cumplir con ciertos requisitos. Primero, tienen ustedes que garantizarme, bajo palabra de honor, que ni una sola palabra de lo que aquí se hable pasará a otras personas.

-¿Nuestra palabra de honor?... ¡Qué cosas! -rezongó

Tristán-. ¿Estáis de acuerdo en dar a este caballero nuestra palabra de honor?

-¡Faltaría más! -exclamó zumbona Aurora. -Sabiendo de quién viene la petición no podemos negarnos

-dijo Fidelius con suave ironía que lord Thomas eludió gentilmente.

-Secreto absoluto -afirmó el señor Tibiés.

-Muy bien -asintió Lucrecia.

-Segunda condición: me asegurarán ustedes que desde el mismo momento que iniciemos estas deliberaciones no emplearán con nosotros ninguno de sus juegos sucios. Si esto ocurre me veré obligado a cerrar la entrevista.

-Juegos sucios? -inquirió Aurora indignada. -¿Hombre, qué dice usted? -protestó Lucrecia. -Les ruego que nos dejemos de medias tintas desde el principio

-,recomendó lord Thomas.

-Bueno, lo aceptaremos -decidió Tristán-. Ya que ha sido una iniciativa de ustedes no queremos defraudarles.

-Agradezco su buena voluntad. Es un buen principio para empezar a entendernos -dijo lord Thomas- Ahora les daré someramente las reglas de este asunto. Somos portavoces con poder resolutivo. Sería conveniente que el problema que nos reúne quedara zanjado sin necesidad de la intervención superior de otras personas. No obstante, nuestro poder negociador tiene su límite. Si ustedes lo rebasan no estamos facultados para continuar. Emitiremos nuestro informe a los superiores y a ellos les corresponderá decidir.

-Entendido -afirmé después de cambiar una rápida mirada con mis compañeros.

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